(Ficción):
Son las 11:57. Me siento super super, SUPER abatida. Estaba segura que mi vida estaba por cambiar. Llevaba 32 años, 9 meses y 16 días esperando este momento. Un túnel en el tiempo, un pare en el camino, el fin de mi mundo. Un borrón y cuenta nueva como dicen las canciones de la detestable radio romántica.
Estaba en una reunión con mi jefe quien es adicto a la tecnología. Se había distraído explicándome el funcionamiento de su nuevo lapicero, que lee coordenadas en un cuaderno y que luego al poner el lapicero sobre la escritura realizada en una fecha x, empieza a revelar grabaciones de voz del momento en el que fue escrito. Entro en paranoia, primero porque estoy segura que la tecnología nos domina y segundo porque creo que todo lo que digo es grabado por mi jefe.
De pronto (y como siempre en estos cuentos) suena el teléfono, tiriririri, tiriririri (antes era ring, ring, pero los menores de 25 ya no saben lo que es eso). Llaman a mi jefe de una compañía de hippies llamada Happy Land, o algo así a ofrecer servicios de capacitación in house. Mientras él habla yo lo miro, escaneo su cara y sus reacciones a la llamada de teléfono, me pregunto ¿qué demonios le estará diciendo la hippie para que él ponga esa cara de confusión? y pienso: “¿Qué cantidad de gente que hace lo mismo que yo? (capacitar). Ahora hasta los hippies quieren entrar al mundo organizacional. El sucio dinero. Que talento tan poco especial tengo, tal vez debería escribir. Pero hoy en día cualquier idiota escribe también. Mmmm, creo que pienso en muchas cosas a la vez, mi cabeza está llena de conceptos. Creo que tengo que meditar mas.”
Y bueno, peor aún. Después me acuerdo de cuantas veces yo me he comportado como una hippie y la sensación de incomodidad causada por hipocresía autogenerada se suma a la paranoia. Mientras mantengo una apariencia muy ejecutiva todas estas ideas dar vueltas por mi cabeza. Y justo cuando uno piensa que la cosa no se puede poner peor, lo peor llega. Veo en el reloj de su escritorio que son las 10:59, me disculpo, salgo disparada, corro a mi ventana, llego justo a las 11. Y de pronto….Y DE PRONTOOOO…..no pasó ni mierda, NADA, CEROOOO. ¿Pero que es esta estafa? Donde están las bolas de fuego, los ángeles bajando a la tierra, el rayo luminoso de Dios. Ni un puto arcoíris. Nada. 32 años, 9 meses y 16 días esperando este momento. Como todo LO QUE SE ESPERA, NUNCA LLEGA. Ante la fatídica notica de la no ocurrencia, solo quedaban dos caminos: saltar o despertar.
(Realidad):
Entonces tuve el valor de despertar, que es más grande que el que se requiere para saltar 14 pisos a la nada. Requiere mucho más coraje enfrentar que evadir. Requiere más coraje actuar en el mundo, que observar nuestro papel secundario en la película de la vida.
Esta fecha maldita para algunos, llena de bendiciones para otros, nos recuerda que nada es destino. Que no se puede pedir, lo que no se da. No se puede entender completamente lo que no se experimenta. No se puede dejar la vida propia y menos la existencia humana a merced de ningún numero, ninguna cábala, ningún profeta y ninguna creencia.
La ley más humana es la de la causa y el efecto. Tomar responsabilidad de lo que pasa en nuestras vidas, eso sí que no le gusta a nadie, pero en algún momento eso tendrá un efecto que vendrá a bofetearte en la cara. Tomar responsabilidad sobre lo que pasa en el mundo, eso a casi nadie le importa realmente. Si no cambiamos nosotros la forma en que vivimos es muy probable que todas las profecías las hagamos realidad, nosotros las haremos realidad.
Así que recomiendo dedicar este 11.11.11 no sólo a hacer deseos para que algo o alguien nos ayuden o nos salve o nos escuche, sino para escucharnos a nosotros mismos, ayudarnos a nosotros mismos. Empecemos a observar nuestro comportamiento individual y también colectivo y a preguntarnos cuál será el efecto de lo que estamos causando hoy. Y entendamos que tú y yo somos parte del colectivo, somos parte del universo y hemos sido dotados de la inteligencia para influirlo de la mejor manera que deseemos. Todo está en nuestras manos y ningún esfuerzo es vano. El camino puede ser duro, pero lo que no mata engorda.